¿Cómo se gana la atención del lector?

Escribimos para que se nos lea. Y se nos leerá si conseguimos ganamos, atraer la atención del lector.

Los psicólogos -según recuerda Schecckel- suelen señalar como cualidades de la atención: la intensidad, la extensión o número de objetos abarcados y la constancia o duración.

La extensión es limitada; es decir, que si atendemos a muchos objetos, no nos concentramos suficientemente en ninguno. Lo cual, aplicado a la narración, quiere decir que no se, deben multiplicar los elementos de una escena ni las incidencias de la acción.

«La acción tiene que ser una desde el principio al fin, y una en cada escena. Lo contrario es dispersar la atención, es decir, disminuirla, y amenguar el interés».

Lo dicho podría resumirse en el siguiente principio físico, aplicable a lo literario: Lo que se gana en extensión, se pierde en intensidad.

Complemento de la anterior, es la regla siguiente: La constancia es inversa a la intensidad. Si la atención es muy intensa tiende a relajarse. Lo que significa que no conviene abusar de la excitación intensa, sino alternarla con momentos «más suaves».

También se relaja la atención si versa sobre un mismo objeto. Por ello, conviene ir variando la acción única en escenas, incidentes, episodios, etcétera.

«Un cielo siempre despejado cansaría -dice Guyau-; hacen falta nubes. De las nubes provienen los innumerables tintes, las infinitas coloraciones del cielo; sin el prisma de la nube, ¿qué sería un crepúsculo, un amanecer? La sombra es, pues, una amiga de la luz.»

En resumen, la atención se regula según los tres principios siguientes: extensión limitada, intensidad modulada y objeto variado.

(1) «Pensar que hay reglas para producir el interés del lector -escribe Pío Baroja-parece cándido. Es como suponer que puede haber reglas para que una persona sea simpática.

Puede haber reglas para lo negativo; por ejemplo, para no ser impertinente o descortés en sociedad; para lo positivo, para atraer, para cautivar, no las hay». («La intuición y el estilo”) Naturalmente que la opinión de Baroja es discu-tible, pero hay en ella un sentido lógico que debe tenerse en cuenta.

(2) Como la escena –dice W. Kayser—, también el cuadro es una unidad. Es cierto que siempre es preferida la descripción y, muchas veces, ella sola forma un cuadro. Sus características son la unidad de conjunto, la plenitud objetiva, el aislamiento del tiempo o, si se quiere, la estática, y, por último, una riqueza especial de significado A causa de la estática, el cuadro desempeña en la épica un papel relativamente pequeño; pero cuando se presenta en todo su esplendor, es de un efecto sorprendente. Ejemplo de «cuadro» en «Pepita

Jiménez», de Juan Valera: «… La huerta de Pepita ha dejado de ser huerta, y es un jardín amenísimo con sus araucarias, con sus higueras de la India, que crecen aquí al aire libre, y con su bien dispuesta, aunque pequeña estufa, llena de plantas raras.

El merendero o cenador, donde comimos las fresas aquella tarde, que fue la segunda vez que Pepita y Luis se vieron y se hablaron, se ha transformado en un airoso templete, con pórtico y columnas de mármol blanco. Dentro hay una espaciosa sala con muy cómodos muebles», etc., etc.

Fuente: Apunte de Comunicación escrita de la U de Londres.