Desarrollo agrondustrial y alimentación

En 1975, la Escuela Superior de Economía del Instituto Politécnico Nacional celebró en Oaxtepec un Seminario sobre Organización Campesina y Desarrollo Agroindustrial.

Desde entonces quedó claramente señalada la complejidad que tiene el problema de proveer una alimentación adecuada y suficiente para una numerosa población, que además aumenta cada año en más de dos millones de personas (10 millones cad a cinco años), y cuya economía, en proceso de urbanización y desarrollo, se caracteriza por una serie de agudas contradicciones entre la necesidad de satisfacer la demanda social alimenticia y la capacidad del aparato productivo para lograrlo.

A pesar de todo lo que al respecto se ha dicho, me parece pertinente insistir en algunos aspectos cruciales del problema, no sólo porque todavía falta mucho por hacer, sino porque se ha ampliado la brecha entre la demanda efectiva (ya no digamos la social) y la producción de alimentos básicos.

Gracias a las investigaciones del Instituto Nacional de Nutrición se conocen con precisión y plena conciencia revolucionaria, las contradicciones que el régimen de propiedad y el desarrollo económico del país han propiciado.

Es indudable que el objetivo de la política nacional de alimentación consiste en producir internamente los alimentos básicos que requiere la población, ya que poseemos un vasto territorio, recursos naturales, una clase campesina numerosa con un enorme potencial productivo, técnicos y profesionales egresados de escuelas especializadas y un cuadro de instituciones financieras y de otra índole, creadas para este propósito.

A lo largo de nuestra historia, desde la época pre-colonial hemos sentido los enormes peligros que entraña la dependencia alimenticia. En la actualidad estos peligros se han acentuado cuando el mundo es cada vez más abierto y polarizado.

El deseo de no caer en la dependencia alimenticia lo prueba el hecho de que las economías industriales recurren, en muchos casos, al subsidio para asegurar una alta productividad del sector agropecuario industrial y que incluso son exportadores de alimentos como Estados Unidos, Dinamarca, Holanda, Francia, España, Canadá Australia, Nueva Zelanda, entre otros.

En el Plan Mundial de Alimentación de la FAO una de las primeras conclusiones fue que cada país debe tratar de ser autosuficiente en materia alimenticia; es decir, que debe desarrollar su sector agropecuario al máximo, para hacerlo compatible con las necesidades de su población. Mientras se aumenta la producción la dependencia alimenticia obliga a importar los faltantes.

Es por estas razones de soberanía e independencia política que es necesario desenmascarar el sofisma que encierra la afirmación de que en la actualidad las ventajas comparativas hacen más redituable producir para el mercado externo e importar a menores precios los granos y otros alimentos básicos.

La teoría clásica de los costos comparativos, con la que trató de justificarse durante muchos años la división internacional del trabajo entre países productores de materias primas y otros de bienes industriales, está sujeta a premisas explícitamente limitativas que los tecnócratas cómodamente olvidan. Entre otras, la teoría supone que la dotación de factores productivos está dada, que hay una tecnología constante, competencia perfecta y ocupación plena.

Pero cuando hay posibilidad de variar los factores productivos (más y mejores tierras, más y mejores hombres) y utilizar nuevas tecnologías la teoría de los costos comparativos cae por su base. Es por tanto aplicarla a situaciones presentes supuestamente estáticas para adoptar políticas que afectan el futuro.

Este es el caso actual de México y de aquellos países industrializados que recurrieron al proteccionismo para desarrollar su estructura productiva.

Establecidos los objetivos inequívocos de la política nacional de alimentos vamos a tratar algunos aspectos de su producción y consumo que, a nuestro juicio, merecen atención inmediata.

Fuente: Apuntes de Producción Agroindustrial de la Unideg