Pedagogía de la incertidumbre

El año 2001 inició con las incertidumbres del terrorismo; no en vano, algunos intelectuales como Manuel Castells, Edgar Morín y Sergio Vilar habían definido la globalidad como un escenario pautado por la complejidad, la incertidumbre y los excesos informacionales.

Así será, a partir de ahora, nuestra aldea global: un espacio con límites difusos y un tiempo vertiginosamente acorralado por los partes informativos de lo que sucede, sin saber hasta dónde puede llegar el hecho o el suceso…

La incertidumbre supone la pérdida de seguridades y certezas, esto implica que nuestro equipaje tiene que ser ligero y nuestra capacidad epistemológica tiene que ser aguda y crítica. Vivir en la incertidumbre supondrá un proceso de adaptación cultural enmarcado por la duélica tensión de lo local versus lo global.

En este contexto, debemos sumergirnos en las encrespadas aguas globales sin descuidar el oxígeno de la identidad, ingresando así a las dos vertientes que nos propone Castells en su obra “La Ciudad Informacional”: Espacio de flujos (articulación de poder y de riqueza) y espacio de identidades (articulación de la experiencia cotidiana y lo local).

Pero ¿a causa de qué tenemos que vivir con las incertidumbres?. Desde que se inventó el microprocesador en 1971, seguido por las técnicas de recombinación genética y la revolución tecnológica de las comunicaciones, ingresamos a una cautelosa reestructuración del capitalismo que logró barrer con las utopías socialistas, generando así una densa atmósfera homogeneizante que aun se cristaliza en Irak; esta circunstancia bosqueja al capitalismo como sistema social, al informacionalismo como modo de desarrollo y a las tecnologías de la información como poderoso instrumento de trabajo.