Sexualidad en la edad adulta

Convencionalmente, se considera que la edad adulta va desde los 20 hasta los 65 años. Aunque no siempre sea cierto, la noción más extendida es que, en la edad adulta, el individuo alcanza una estabilidad tanto profesional, como afectiva, social y también sexual. Es evidente que esto no siempre es así a todos los niveles y, por supuesto, tampoco en el sexual.

Al estudiar la conducta sexual de los adultos es preciso, ante todo, distinguir entre los casados que viven con su pareja y los que viven solos, sea porque nunca se han casado, porque han enviudado, o porque se han divorciado o separado; también puede tratarse de un padre o, más frecuentemente, de una madre soltera.

Las investigaciones sociológicas demuestran que la cifra de personas que viven solas ha aumentado en las últimas décadas. Las razones que explican este fenómeno son varias.

En primer lugar existe una tendencia creciente a contraer matrimonio a edades más avanzadas que antaño; en el caso de las mujeres, algunas anteponen su carrera profesional a un matrimonio que, por otra parte, no les es tan necesario como antes, ya que ahora pueden ser independientes económicamente.

Otra razón evidente es el aumento en la tasa de divorcios y separaciones. Los estilos de vida sexual que puede presentar una persona que vive sola son muy diversos y es imposible generalizar. Puede hablarse de un continuum que va desde aquellos individuos que no tienen ninguna relación sexual, sea por decisión propia o porque se ven abocados a ello, hasta aquellos otros con una vida sexual tanto o más intensa que los casados más activos.

En una encuesta llevada a cabo por la revista Playboy hace 10 años, se puso de manifiesto que las personas que vivían solas tenían relaciones sexuales con una frecuencia parecida a las personas casadas, siendo el número de hombres que no estaban satisfechos con su frecuencia, mayor que el de mujeres.

No obstante, hay que tener presente que la gente no siempre es sincera a la hora de responder a este tipo de encuestas. En el caso de los hombres solos, parece ser que aquéllos que tienen una o más compañeras sexuales regulares, la cifra de relaciones es muy elevada, llegando, según algunos investigadores, hasta a uno o dos coitos por noche.

En cambio, cuando se trata de una mujer la sociedad entiende mejor el hecho de que no tenga relaciones sexuales y, en determinadas etapas de sus carreras, casi es lo que se espera de ellas. Hoy en día existen muchos lugares para facilitar la relación entre personas que no tienen pareja, pero uno de los sitios donde más frecuentemente se encuentra un compañero sexual es en el propio centro de trabajo.

El trato continuado puede favorecer el conocimiento real del otro y propiciar así el nacimiento de una relación sentimental y/o sexual. No obstante, este tipo de relaciones, si se rompen, suelen acarrear problemas, ya que las dos personas tienen que seguir viéndose a diario. En los lugares de trabajo tampoco es infrecuente que se establezcan relaciones sexuales entre personas casadas con otras solteras o también casadas.

El sexo entre las personas que viven en pareja, sean casadas o no, tiene unas características propias y presenta problemas de otra índole. Los conflictos más comunes derivan de los distintos conceptos sobre la sexualidad que se ha inculcado al hombre y a la mujer desde la infancia.

La queja más extendida entre los hombres es la poca frecuencia, insuficiente apetencia de la mujer y el hecho de que raras veces tome ella la iniciativa. Las mujeres, lógicamente, se lamentan de la insistencia del marido, pero lo que más las  afecta es la falta de comunicación y de preparación de un clima adecuado para que surja el deseo sexual.

La inapetencia por parte del hombre no constituye un hecho excepcional y, cuando aparece, suele tener consecuencias bastante desastrosas para la estabilidad del matrimonio, ya que, por motivos culturales, resulta más difícil de entender. Se ha dicho que la monotonía puede ser causa de un deterioro en las relaciones sexuales de la pareja.

Aunque es cierto que existe el riesgo de caer en ella y convertir el sexo en algo aburrido y sin gracia, no tiene por que ser así necesariamente. Por el contrario, el hecho de conocer bien el cuerpo del otro y sus formas de responder características puede contribuir a que la actividad sexual sea más satisfactoria.

Otro de los problemas que a veces se aducen como causa de menoscabo en la relación sexual es la distinta evolución en la capacidad sexual del hombre y la mujer. Es sabido que, en el hombre, después de la adolescencia, el llamado período refractario le impide cada vez más tener dos orgasmos seguidos.

La mujer, en cambio, no sólo carece de periodo refractario, sino que algunas incluso mejoran su capacidad orgásmica con el tiempo. Sin embargo, si la pareja está bien avenida sexualmente, esta discrepancia no tiene por qué constituir un problema, ya que en caso de que la mujer desee continuar la actividad sexual, puede ser estimulada por otros medios que no requieren la erección del pene.

La actividad sexual de los adultos casados puede darse también fuera del matrimonio. De hecho, según Kinsey, aproximadamente la mitad de los hombres casados estudiados por el habían tenido relaciones extramatrimoniales al menos una vez en su vida. En el caso de las mujeres, las cifras eran inferiores, alcanzando su punto más alto a los 30 años, con un 17%. Estudios posteriores, sin embargo, han puesto de relieve un aumento en el número de mujeres que tienen relaciones con otras personas, aparte del marido.

Algunos matrimonios llegan a un acuerdo respecto a la posibilidad de tener relaciones fuera de la pareja, otros simplemente fingen ignorar las infidelidades del marido o de la esposa. En la mayoría de los casos, no obstante, son mal aceptadas y pueden ser causa de ruptura matrimonial. En lo que respecta a las relaciones sexuales extramatrimoniales, como en tantas otras facetas de la sexualidad, se produce una situación paradójica: la misma sociedad que las impugna es la que las está practicando.