Características de las soluciones

El proceso mediante el cual una sustancia (soluto) se disuelve en el seno de otra (disolvente) se conoce con el nombre de solución. La razón por la cual el soluto se disuelve en el disolvente es que las fuerzas de atracción entre sus; moléculas y las del disolvente son más fuertes que las que existen entre sus propias moléculas. El sentido del proceso de disolución no es unívoco, y de esta forma aun cuando se disuelvan.

Por ejemplo, más moléculas de las que vuelvan a cristalizar, siempre hay una cierta cantidad de ellas que verifican este proceso.

Cuando la cantidad de soluto es suficiente la disolución acaba por alcanzar un estado en el que la cantidad de moléculas que se disuelven es igual a la cantidad de las que recristalizan, y entonces se dice que la solución ya no acepta más soluto, es decir, que la solución está saturada.

Dicho estado de  saturación no significa en modo alguno que no se produzcan ambos procesos, sino que éstos han alcanzado lo que se llama un equilibrio dinámico, es decir, un equilibrio en que el número de moléculas que se disuelven es igual al de las que recristalizan.

En dicho estado, la adición de mayor cantidad de soluto ya no tiene influencia, porque queda sin disolverse en el seno del disolvente. Si alcanzado el estado de saturación, se calienta la disolución y se evapora el disolvente, entonces el volumen de solución saturada se reduce, lo que implica que parte del soluto disuelto en ella debe abandonarlo.

Por lo general, el aumento de la temperatura aumenta la velocidad del proceso de disolución y la cantidad de soluto que el disolvente es capaz de admitir.

Por el contrario, la reducción de la temperatura tiene efectos opuestos. Cuando se enfría una solución sin que lleguen a formarse cristales de soluto se obtiene una solución que recibe el nombre de solución sobresaturada.

Tanto los líquidos como los gases pueden disolverse en los líquidos, como sucede por ejemplo con el caso del alcohol en agua, o del oxígeno y el anhídrido carbónico.

La solubilidad de los gases se reduce a altas temperaturas, fenómeno que se aprovecha para extraer gases de soluciones simplemente calentándolas. Los gases disueltos en los líquidos permanecen en ellos mientras que no se reduce la presión, ya que dicha reducción provoca su salida del disolvente.