Diferenciación sexual

El progreso del método científico ha permitido conocer con bastante exactitud los procesos por los cuales los animales se diferencian sexualmente en machos o hembras. Hoy en día se sabe que tienen lugar una serie de acontecimientos que se inician en la vida intrauterina para completarse después definitivamente en el momento de la pubertad. A continuación se describe la secuencia de los procesos que interviene en  la diferencia sexual en el caso de los seres humanos.

Cuando tiene lugar la fecundación, es decir la unión del óvulo con el espermatozoide, el sexo genético queda determinado por los cromosomas sexuales. La madre aporta siempre un cromosoma X y el padre puede aportar un cromosoma X o Y.

En el primer caso, el nuevo ser poseerá los cromosomas XX y será una hembra y, en el segundo, tendrá los cromosomas XY y será un varón. Después de la fecundación, se produce una multiplicación de las células que irán organizándose para dar lugar a las primeras estructuras, aún rudimentarias, del embrión.

Entre éstas se encuentran las dos glándulas sexuales, llamadas gónadas, y los dos conductos genitales, llamados de Wolff y de Miillen así como una pequeña protuberancia que se conoce con el nombre de tubérculo genital. Durante las primeras semanas de vida, las glándulas sexuales son indistinguibles.

Es decir aunque tengan una dotación cromosómica distinta son anatómicamente iguales y contienen elementos tanto masculinos como femeninos. Aproximadamente hacia la sexta semana de gestación, estas glándulas empiezan a organizarse pero aún son bipotenciales, o sea que podrán convertirse en testículos ovarios.

Dos semanas más tarde, si hay un cromosoma Y, aparece una sustancia (el antígeno H-Y) que determina que las glándulas sexuales se desarrollen en forma de testículos. En ausencia del cromosoma las glándulas sexuales se convertirán en ovarios aunque no antes de la duodécima semana.

Hasta este momento han sido los cromosomas los que han determinado el sexo del nuevo ser. A partir de la diferenciación de las gónadas en testículos u ovarios, van a ser las hormonas segregadas por éstas, las que irán configurando la anatomía masculina o femenina del feto. En el caso del varón, las hormonas segregadas por los testículos, llamadas andrógenos, entre las cuales tiene un papel fundamental la testosterona y la dihidrotestosterona, son las que determinan la formación de los genitales externos e internos.

Así, el nivel de andrógenos circulante por una parte inhibe el conducto de Muller y hace que el de Wolff se desarrolle dando lugar a estructuras propias del varón, como son las vesículas seminales, la próstata y los conductos deferentes. Por otra parte, estos andrógenos hacen que se forme el pene a partir del tubérculo genital, cuyas protuberancias bilaterales se unen para constituir el escroto.

A diferencia de lo que ocurre en el varón, las estructuras embrionarias sexuales de los fetos hembras no precisan de la estimulación hormonal para su desarrollo, sino que es suficiente con que no existan niveles elevados de andrógenos para que se produzcan los cambios que las convertirán en los genitales externos e internos. Así, el conducto de Muller dará lugar al útero, trompas de Falopio y parte interna de la vagina mientras que el tubérculo genital se convertirá en el clítoris y las protuberancias en los labios mayores y menores. Sin embargo, durante la vida intrauterina, las hormonas sexuales, no solamente determinan la anatomía de los órganos genitales, sino que también afectan el sistema nervioso central y más concretamente al cerebro.

En los últimos años se ha descubierto que los andrógenos ejercen un papel sensibilizador en determinadas zonas cerebrales. Así, se ha podido comprobar que son necesarios unos niveles adecuados de estas hormonas en una estructura cerebral llamada hipotálamo para que posteriormente la hipófisis, que es la glándula rectora del organismo, adquiera el patrón de secreción continuo o tónico propio del hombre. En el caso de la mujer la falta de andrógenos en el período embrionario determina que la hipófisis tenga, al sobrevenir la pubertad, un patrón de secreción cíclico, que se traducirá en los cambios hormonales menstruales propios del sexo femenino.

El papel de las hormonas sexuales en el sistema nervioso central no se limita a prepararlo para que rija convenientemente la fisiología masculina o femenina, sino que, al parecen también consiste en sensibilizar determinadas áreas cerebrales que serán las responsables de algunos aspectos conductuales que diferencia a hombres y mujeres. De tal forma que, entre otros fenómenos, se ha atribuido a esta impregnación hormonal del cerebro el hecho de que los estímulos visuales sean más eficaces para la aparición del impulso sexual en los varones que en las hembras, así  como las distintas capacidades para determinados aprendizajes que distinguen a un sexo del otro.

La diferenciación sexual, que, tal como se ha descrito empezó con los cromosomas para proseguir después a cargo de las gónadas y las hormonas por ellas segregadas, no se completa durante la gestación, sino que sigue después del nacimiento, especialmente en los primeros meses. En esta nueva etapa, la responsabilidad recae sobre el ambiente. La forma como éste trata al recién nacido, desde el nombre que le es adjudicado hasta los vestidos juegos y actitudes de los que le rodean es lo que va a completar la diferenciación sexual ya que es lo que determinará que se vaya identificando con los individuos del sexo que le corresponde biológicamente.