Disfunciones sexuales masculinas

Cuando la respuesta sexual del individuo, ya descrita en capítulos anteriores, son presenta alguna alteración, se dice que existe una disfunción sexual. El trastorno puede producirse en cualquiera de las fases de la respuesta sexual (excitación, meseta, de orgasmo y resolución) afectando otras veces de únicamente al deseo. La clase médica no había demostrado excesivo interés por estas disfunciones hasta que aparecieron los trabajos de Masters y Johnson, hace ahora 27 años.

A partir de entonces, no han cesado las investigaciones en este campo. Hoy en día, aunque persisten algunos puntos sin esclarecer, se dispone de un bagaje importante de conocimientos que permiten un tratamiento bastante eficaz de estos trastornos.

La alteración de la fase de excitación se traduce en una falta de erección o impotencia que hace imposible la penetración. Este trastorno es el que más suele afectar al hombre y a su pareja, no sólo por motivos sexuales, sino también por otros de índole psicocultural.

Se acepta, en términos generales, que el 50% de la población experimenta episodios, más o menos transitorios, de impotencia.  Ésta puede ser debida a una amplia gama de alteraciones físicas, especialmente las de tipo vascular, neurológico u hormonal.

En la práctica, en las enfermedades que con más de frecuencia producen impotencia son la diabetes y el alcoholismo crónico. Sin embargo, la causa más importante de impotencia suele ser de tipo psicológico.

En el mecanismo de instauración de este trastorno interviene básicamente el miedo. Se trata de un miedo a fracasar en el acto sexual que puede aparecer desde el inicio de las relaciones o después de haber tenido alguna mala experiencia.

El  impotente deja de buscar placer en las relaciones sexuales; lo que necesita es probarse a si mismo. Su objetivo es conseguir una erección, lo que le hace insensible a los estímulos eróticos. El hecho de observarse a si mismo junto a la angustia que le produce el posible fracaso produce un bloqueo los mecanismos reflejos que controlan la erección.

El tratamiento de la impotencia consta de una serie de pasos con los que se pretende fundamentalmente reducir la ansiedad y conseguir una mayor comprensión y comunicación entre los dos miembros de la pareja. A grandes rasgos, puede decirse que este tratamiento se inicia con la estimulación o focalización sensorial, buscando sensaciones placenteras, sin perseguir la erección.

A continuación se produce la erección pero no se autoriza la eyaculación intravaginal y sólo en la última etapa se permite el coito. Fácilmente puede deducirse que la actitud de la pareja es fundamental para el buen resultado de la terapia. Los resultados de la utilización de productos farmacológicos, como pueden ser preparados hormonales a base de  testosterona, son decepcionantes.

Los estudios realizados apoyan la idea de que estos fármacos, cuando surten efecto, se debe más que nada a la sugestión. El trastorno más frecuente de la fase orgásmica es la eyaculación precoz. Aunque no es fácil dar una definición satisfactoria de este trastorno, se suele decir que existe eyaculación precoz cuando el orgasmo se halla fuera del control voluntario del hombre una vez que ha alcanzado un alto nivel de excitación sexual.

La mayoría de mamíferos eyaculan rápidamente, de forma que no es extraño que el varón, sobre todo en sus primeras experiencias, presente también   diversos grados de eyaculación precoz. Se supone que esto es debido a que aun no ha tenido ocasión de aprender a reconocer las sensaciones preorgásmicas y  a controlarlas.

Algunos eyaculadores precoces no prestan atención a este trastorno e incluso pueden considerarlo normal. Otros, en cambio, son conscientes de el e intentan retrasar el orgasmo mediante maniobras de distracción. Así, muchos hombres se pellizcan, contienen la respiración o  intentan pensar en algo no erótico, a fin de detener la excitación.

Con ello no sólo no consiguen retrasar la eyaculación, sino que, en ocasiones, pueden acabar con una impotencia secundaria. La causa de este trastorno suele ser de orden psicológico, aunque, si se presenta de forma brusca en un hombre que previamente no la padecía, hay que pensar en la posibilidad de que se trate de una alteración orgánica como puede ser una prostatitis o alguna enfermedad neurológica.

El tratamiento de la eyaculación precoz suele dar muy buenos resultados y consiste en la llamada «técnica de compresión». Se empieza con una estimulación del pene hasta que el hombre siente que se va a producir el orgasmo. En este momento se detiene la estimulación y se realiza una compresión sobre el glande inhibiendo así el reflejo eyaculatorio. Este proceso se repite unas 3 ó 4 veces y, al final, se permite la eyaculación normal.

En una segunda fase, se sitúa la mujer en cuclillas encima del hombre y se introduce el pene en la vagina; cuando el orgasmo se hace inminente, la mujer se retira y realiza una compresión como la anterior repitiéndolo también 3 ó 4 veces. En las últimas fases se efectúan estas mismas maniobras en posición de coito lateral y en posición superior del hombre. Es un tratamiento fácil pero imposible de realizar cuando el hombre no dispone regularmente de una pareja colaboradora.

Otras veces la disfunción orgásmica consiste en un retraso o incluso una ausencia de eyaculación. La incapacidad eyaculatoria es un trastorno muy poco frecuente y suele ser de origen psicógeno. Sin embargo, si aparece en un individuo adulto que nunca la había padecido, es conveniente hacer una exploración médica, ya que puede ser la manifestación de alguna alteración orgánica importante.

Finalmente, a medida que se ha ido avanzando en el conocimiento de las disfunciones sexuales, se ha  visto que, entre los hombres, también se da con cierta frecuencia la falta de deseo o inapetencia sexual.

Se trata de una disfunción que suele distorsionar de forma importante la relación de pareja tanto por si misma como por los pobres resultados del tratamiento.