Oxígeno

Su descubrimiento se atribuye al químico inglés Priestley (1733-1804), que colocó óxido mercúrico sobre el mercurio de un tubo barométrico y lo calentó con los rayos solares concentrados mediante una lente. El 1 de agosto de 1774 observó que se producía un gas en cuyo seno ardía una vela con llama muy brillante. Priestley comunicó sus observaciones a Lavoísier, que perfeccionó sus experimentos utilizando el aparato.

Lavoisier calentó durante doce días el mercurio situado dentro de la retorta y al cabo de este tiempo observó que el mercurio estaba recubierto de un polvo rojo, y que el aire de la campana se había reducido a los 4/5 del volumen primitivo y ya no era comburente (los cuerpos combustibles no ardían en su seno).

Calentando el polvo rojo de la retorta obtuvo de nuevo mercurio y un volumen de gas idéntico a la disminución anteriormente observada en el aire de la campana.

Asimismo, observó que el gas obtenido era totalmente comburente. Lavoisier dedujo que este gas provenía del aire encerrado dentro de la campana, que se había combinado con el mercurio de la retorta y lo llamó oxígeno, que significa «generador de ácidos».

El oxígeno es el segundo elemento en abundancia del planeta, después del hierro. Industrialmente se obtiene por electrólisis del agua y por destilación fraccionada del aire líquido.

A escala de laboratorio se obtiene por descomposición térmica de algunos de sus compuestos (MnO2, KCIO3, etc.). Es poco soluble en agua, por lo cual puede recogerse sobre ella, pero la cantidad disuelta en las aguas naturales es suficiente para permitir la vida de los peces. A temperatura ambiente es bastante inactivo, pero a altas temperaturas se combina con la mayoría de los elementos para formar óxidos.