Sexualidad

La sexualidad, entendida como conducta sexual en su sentido más amplio, es un fenómeno extraordinariamente complejo que, como tal, se presta a múltiples interpretaciones. El estudio de la conducta sexual en los animales resulta, sin duda, de gran utilidad para una mejor comprensión de la sexualidad humana en lo que respecta a sus bases anatómicas, nerviosas y hormonales. Sin embargo, el sorprendente desarrollo que han experimentado en el hombre las capas filogenéticamente más nuevas del cerebro (neocórtex).

Ha permitido que la conducta sexual de este vaya más allá de los limites de la conducta sexual animal y se convierta en algo que no se limita a una función reproductora y que constituye una parte importante de la vida del individuo en su totalidad.

A medida que se avanza desde los mamíferos inferiores hasta los  primates subhumanos, se observan conductas sexuales cada vez menos ligadas al determinismo hormonal.

Al llegar al hombre, no obstante, este proceso se acelera de tal forma que las hormonas, de ser las principales responsables de la actividad sexual animal, pasan a ocupar un segundo plano.

Así, en los seres humanos, la conducta sexual, aunque se asienta sobre un sustrato  neurohormonal, se halla básicamente influida por el ambiente.

Ello equivale a decir que en la sexualidad humana adquiere una importancia fundamental el aprendizaje, con todas las ventajas e inconvenientes que este hecho comporta.

El hombre, gracias a su gran facultad de aprender e influir sobre el ambiente e incluso modificarlo, es capaz de enriquecer extraordinariamente la pura conducta sexual animal y elevarla a limites inconcebibles.

Así pues, el ser humano tiene el don de convertir el sexo en una fuente de placeres inmensos e insospechados; por este mismo mecanismo puede también llegar a actividades sexuales altamente sofisticadas y, en ocasiones aberrantes, algunas de las cuales no se observan jamás en el reino animal.

Por otra parte, el hombre es capaz de hacer del sexo algo que trasciende lo biológico y lo convierte en un instrumento  comunicación interpersonal y en una manifestación del sentimiento más específicamente humano que es el amor. La relación entre el sexo y el amor es un tema muy controvertido.

Nadie puede dudar de que tanto en la atracción sexual como en la actividad sexual propiamente dicha, la ternura y el amor juegan un papel relevante; este hecho indica una actitud  todas luces reduccionista.

No obstante, existen datos más que suficientes como para tener que aceptar que el sexo es practicado muy a menudo, y no siempre sin agrado, entre personas a las que no les une ningún lazo de tipo amoroso. La realidad es que el sexo puede darse sin amor y con amor.

Probablemente el sexo entre dos seres que comparten otros sentimientos además de la mera atracción sexual, es más completo y enriquecedor.

Sin embargo, la idea de que una relación sexual sin amor es algo pecaminoso, sucio o, como mínimo, carente de sentido, ha sido motivo de muchos y graves conflictos que repercuten en las relaciones personales en su sentido más amplio.

Estos conflictos son originados en su mayor parte por el hecho de que se han transmitido culturalmente mensajes distintos al hombre y  a mujer; mientras al primero se le deja entrever que puede practicar el sexo sin más, es decir, sin necesidad de contraer ningún tipo de compromiso con su partenaire, a la mujer se le ha inculcado de forma muy clara que debe conservarse pura para el hombre que va a ser su marido.

Es cierto que en los últimos años esta doble moral tiende a desaparecer, pero no lo es menos que esta creencia sigue vigente todavía en muchos sectores de la sociedad.

En resumen, el hombre entiende que la actividad sexual es lícita con o sin amor no precisa justificarse ni ante si mismo ni ante la Sociedad; la mujer, en cambio, necesita creer que esta enamorada para involucrarse en una actividad de este tipo.

Con estos precedentes, es inevitable que la conducta sexual masculina difiera de la femenina, El impacto de las normas socioculturales es tan fuerte que, para explicar esta diferencia, se ha llegado a teorizar no sólo que hombre y mujer tienen sexualidades distintas, Sino, lo que es más grave, que las necesidades sexuales son propias del hombre, mientras que no se dan en la mujer y que lo propio de ella es únicamente la maternidad.

Aunque, a menudo, cuando se hace referencia al hombre, los términos «sexualidad» y «conducta sexual» se usan como sinónimos, en realidad, con el primero, se intenta significar algo mucho más complejo y trascendente que la mera conducta sexual, en el sentido del mero comportamiento observable y cuantificable. Tal distinción, con ser razonable, resulta harto peligrosa.

Que la conducta sexual humana adquiere connotaciones distintas a la animal es innegable, pero también es cierto que el enfoque basado en los datos observados es el único que permite el avance del conocimiento científico y que, sin éste, seguiríamos moviéndonos entre elucubraciones e interpretaciones no demostrables y, por tanto, poco fiables.

En este libro se utilizarán los términos «sexualidad» y «conducta sexual» como sinónimos, basándonos en el hecho de que la sexualidad humana, inmensamente más rica y complicada que la de nuestros antepasados mamíferos, comparte con esta unas bases biológicas que no se pueden ignorar.

La sexualidad de una persona, en definitiva, se va moldeando a partir de una herencia y un ambiente determinados que interactúan desde el principio de su vida, de la misma manera que se va constituyendo otro aspecto típicamente humano que es la personalidad.