Aplicaciones de la electricidad
Entre las diversas aplicaciones de la electricidad en la técnica se encuentran tanto el alumbrado como la calefacción de los edificios. El primero se verifica mediante el empleo de bombillas de filamento de wolframio que transforman aproximadamente un 10% de la energía eléctrica que reciben en luz, disipando el resto en forma de calor. Asimismo, se emplean las llamadas lámparas fluorescentes, en las que los electrones chocan con los átomos del gas contenidos en el tubo.
Hacen que éstos emita luz ultravioleta, que induce la emisión de luz por parte del revestimiento fluorescente de que está dotado el interior del tubo.
La calefacción mediante la energía eléctrica se verifica mediante el llamado efecto joule, que consiste en la producción de calor gracias al paso de una corriente continua a alterna por una resistencia.
La cantidad de calor producida depende de la intensidad de la cantidad de calor producida depende de la intensidad de la corriente y de la resistencia, siendo tanto mayor cuanto mayor sean éstas.
Asimismo, la electricidad se emplea en toda una serie de procesos químicos de descomposición industrial tales como la electrólisis, de gran importancia, por ejemplo, para la purificación del cobre, que constituye el único proceso comercial que permite la extracción del aluminio de su óxido.
Asimismo, se emplea para dotar a los metales de baja calidad de revestimientos de capas delgadas de metales más valiosos, que permiten protegerlos contra la corrosión y mejorar su aspecto externo.
Éste proceso, que recibe el nombre de galvanoplastia, se emplea asimismo para aplicar revestimientos de cobre, níquel, cromo, etc. Para llevarlo a cabo se utiliza como ánodo un trozo del metal que constituirá el revestimiento, y como cátodo la pieza a revestir.
Además, la corriente eléctrica que circula a través de un alambre situado en el interior de un campo magnético genera una fuerza que lo desplaza. Este efecto, llamado efecto motor, es el que permite la existencia de los motores eléctricos.
La fuerza generada depende de la intensidad del campo magnético y de la corriente que pasa por el conductor, así como la longitud de éste y de su orientación dentro del campo.
Este principio se emplea asimismo en los galvanómetros, que son los instrumentos utilizados para la medición de la intensidad de la corriente y el voltaje. Cuando un conductor se desplaza en el seno de un campo magnético se produce un efecto llamado inducción electromagnética, que da lugar a la aparición de una corriente eléctrica.
Constituye una forma de producción de corriente eléctrica a partir de trabajo mecánico. En este caso la diferencia de potencial inducida depende de la intensidad del campo magnético, la longitud del conductor que se mueve en su interior y la velocidad con lo que lo hace.
Asimismo, depende también de la orientación del conductor en el campo y de la dirección del movimiento de éste. Basándose en esto se construyen las dinamos, capaces de transformar energía mecánica en eléctrica haciendo girar una serie de espiras en un campo magnético.