Comportamiento de los animales
La ciencia que estudia la conducta de los animales se llama etología y sus bases se asientan en la observación del comportamiento de los vertebrados (aves, peces y mamíferos en particular). Conocida antes como psicología animal, experimentó un gran desarrollo en los últimos años y entre sus métodos incluye los de otras disciplinas biológicas, en especial de la fisiología. En animales primitivos, como los protozoos, no puede hablarse de comportamiento.
Sino más bien de capacidad de reacción ante estímulos del medio; se trataría de un comportamiento de reacción, cuya manifestación son los tactismos.
Éstos suponen, una reacción del cuerpo del organismo, que se alejará o acercará a la fuente del estímulo. Si en una cubeta y llena con agua y diversos protozoos, vertemos una sustancia, algunos de estos animales se alejarán del punto del vertido, y otros quizá se aproximarán.
Los animales disponen de unidades receptoras de estímulos, en los metazoos más evolucionados adquieren forma de órganos complejos (ojos, oídos, etc.). Lo complejo del sistema nervioso es creciente, y mientras que en muchos gusanos primitivos la capacidad de reacción es local y controlada por receptores y unidades nerviosas situadas en la zona afectada, en vertebrados existe un cerebro que recoge, analiza y controla las reacciones del animal.
No todas las reacciones y actividades están sometidas a un control consciente, que supondría un trabajo excesivo para el animal, sino que muchas funcionan de manera automática.
Aparecen entonces los instintos y reflejos podemos distinguir un comportamiento involuntario y otro voluntario. El predominio entre uno y otro muestra una correlación con el nivel en que se encuentre la especie en la escala zoológica.
La conducta animal debe considerarse como factor de adaptación de la especie a las condiciones ecológicas que enfrenta. Existe un grado de especialización fisiológica y etológica.
El caso extremo es el de los protozoos ya visto, su conducta se limita a reacciones de tactismo. Por regla, los animales muy especiales en determinados aspectos, como la alimentación o el medio en que viven, tienen escasa capacidad de adaptación a cambios bruscos en sus condiciones de vida, y otro tanto es aplicable a su conducta, casi siempre estereotipada.
Muchos insectos comen sólo una especie vegetal, incluso únicamente una parte de la planta, como las hojas, los brotes o las flores, cuando escasea o desaparece la planta que les sustenta, mueren de inanición aunque estén rodeados de otras plantas similares, que les podrían servir su fisiología se adapta a un alimento concreto, además, su comportamiento se ha acoplado a esa especialización que son incapaces de intentar buscar otros recursos.
Las otras plantas no desencadenan su conducta de búsqueda de alimento. En otro extremo se sitúan multitud de vertebrados dotados de gran capacidad de adaptación y apenas especializados. Los omnívoros, con amplia dieta que les brinda la oportunidad de aprovechar las posibilidades a su alcance, son un buen ejemplo.
Así, el oso rara vez pasará hambre, pues si no encuentra frutos consume hongos, insectos o brotes. También caza peces y pequeños mamíferos, se alimenta de larvas de insectos y miel o de carroña. Esta falta de especialización va paralela a la ausencia de una especialización en su comportamiento.
La conducta del oso está abierta a numerosas posibilidades, y el proceso de aprendizaje le permite optar entre varios tipos.