Efectos de las ondas sonoras
El carácter ondulatorio del sonido hace que experimente los mismos efectos que otras perturbaciones de este tipo. Si un sonido tiene origen puntual, los frentes de las ondas (de compresión y enrarecimiento) serán esferas que se alejarán cada vez más de la fuente, cuyo volumen iré disminuyendo. Entre los fenómenos que experimenta el sonido se encuentran la difracción, la reflexión y la refracción.
La primera se produce, por ejemplo, cuando el sonido pasa por un orificio cuyas dimensiones son menores que su longitud de onda.
Situación en la que se refleja una fracción muy pequeña y el resto continua su camino modificada.
La reflexión del sonido se produce con gran frecuencia y da lugar a efectos tales como los ecos y las reverberaciones.
El sonido, al igual que los demás movimientos ondulatorios, cumplen también la ley de la reflexión, es decir, que el ángulo con el que incide sobre la superficie reflectora es igual al ángulo de reflexión.
Las ondas sonoras necesitan, sin embargo, superficies relativamente grandes (de algunos metros cuadrados) para que la reflexión se verifique, mientras que esta se produce aun cuando la superficie en cuestión sea algo rugosa, lo que es una consecuencia de sus grandes longitudes de onda.
Una de las consecuencias de la reflexión del sonido es la formación de ecos, que se perciben cuando el sonido regresa tras al menos 1/20 s (persistencia del sonido en el oído humano).
Además, la velocidad del sonido en el aire (de unos 335 m/s) hace que el eco no se escuche a menos que medien entre la superficie reflectora y el oyente una distancia minima de 10 metros.
En caso contrario se produce reverberación. La refracción del sonido se produce cuando ésta pasa de un medio a otro cuya densidad es distinta del primero. Así, gran parte del sonido se refleja en la superficie de separación de ambos medios, siendo muy pequeña la fracción de sonido refractada.