Estados de la materia
La materia puede presentarse, dependiendo de las condiciones a las que esté sometida, en estado sólido, líquido o gaseoso. Los primeros se caracterizan porque los átomos y moléculas que los constituyen se atraen entre si (fuerza de cohesión), lo que hace que sean rígidos y estén dotados de una determinada forma. Estos cuerpos pueden ser sólidos verdaderos, los que tienen estructura cristalina y cuyos átomos y moléculas.
Ocupan posiciones definidas en la red, o amorfos, que son aquellos que carecen de dicha estructura cristalina.
Los sólidos verdaderos tienen temperaturas de cambio de fase determinadas, y al alcanzarlas pasan a la fase correspondiente.
Los metales, el hielo, el diamante, etc., son ejemplos de este tipo de sólidos.
En cuanto a los sólidos amorfos, al carecer de estructura cristalina tampoco tienen puntos de cambio de fase específicos, siendo un ejemplo muy conocido de este tipo de sólidos el vidrio.
Los líquidos, si bien presentan una cierta cohesión entre sus átomos y moléculas, éstas no ocupan posiciones determinadas ni forman una red, por lo que pueden moverse unos respecto de los otros.
Constituyen una fase intermedia entre el sólido y el gas.
Dicha movilidad de sus átomos y moléculas hace que los líquidos carezcan de forma determinada y adopten la del recipiente que los contiene. Finalmente, los gases están constituidos por partículas que se mueven con entera libertad unas respecto de las otras y que carecen de cohesión. Si bien carecen de forma y adoptan la del recipiente que los contiene, como los líquidos, los gases tienden además a ocupar la totalidad del volumen de éste.