La ciencia y la palabra
La relación entre la ciencia y la palabra se halla en la hermenéutica (del griego ερμηνευτική τέχνη, hermeneutiké tejné, ‘arte de explicar, traducir, o interpretar’) para determinar el significado exacto de las palabras mediante las cuales se ha expresado un pensamiento.
Se distinguen, por una parte, la «hermenéutica filológica», surgida históricamente en Alejandría por la tarea de establecer el sentido de los textos antiguos oscurecidos por el tiempo, en tanto que éste es inmanente a la situación de comunicación en la que han sido producidos.
Por otra parte, la «hermenéutica filosófica» es independiente de la lingüística y busca determinar las condiciones trascendentales de toda interpretación.
La necesidad de una disciplina hermenéutica está dada por las complejidades del lenguaje, que frecuentemente conducen a conclusiones diferentes e incluso contrapuestas en lo que respecta al significado de un texto.
El camino a recorrer entre el lector y el pensamiento del autor suele ser largo e intrincado. Ello muestra la conveniencia de usar todos los medios a nuestro alcance para llegar a la meta propuesta.
Pero el origen de los estudios hermenéuticos se encuentran realmente en la teología cristiana, donde la hermenéutica tiene por objeto fijar los principios y normas que han de aplicarse en la interpretación de los libros de la Biblia, que, como revelados por Dios pero compuestos por hombres, poseían dos significados distintos: el literal y el espiritual, este último dividido en tres: el anagógico, el alegórico y el moral.
El sentido literal es el significado por las palabras de la Escritura y descubierto por la exégesis filológica que sigue las reglas de la justa interpretación.
El sentido espiritual, según la creencia cristiana, da un sentido religioso suplementario a los signos, dividido en tres tipos diferentes:
El sentido alegórico, por el que es posible a los cristianos adquirir una comprensión más profunda de los acontecimientos reconociendo su significación en Cristo.
El sentido moral, por el cual los acontecimientos narrados en la Escritura pueden conducir a un obrar justo. Su fin es la instrucción.
El sentido anagógico (o sentido místico) por el cual los santos pueden ver realidades y acontecimientos una significación eterna, que conduce (en griego anagogue) a los cristianos hacia la patria celestial. Así, la Iglesia en la tierra es signo de la Jerusalén celeste. (cf. Apocalipsis 21,1-22,5)
Después de estar circunscrita en el ámbito de la teología, la hermenéutica se abrió en la época del Romanticismo a todo tipo de textos escritos. En este contexto se sitúa Schleiermacher (1768-1834), que ve en la tarea hermenéutica un proceso de reconstrucción del espíritu de nuestros antepasados. El modo de hacerlo consistirá en «trasladarse» al espíritu (alma individual, pensamiento particular) del autor del texto que se está interpretando en cada momento.
Esta perspectiva influirá en la aparición del historicismo de Dilthey, quien cree que toda manifestación espiritual humana, y no sólo los textos escritos, tiene que ser comprendida dentro del contexto histórico de su época. El método histórico de leer críticamente los documentos y testimonios históricos es en última instancia una herencia del criticismo de la Ilustración dieciochesca.
Posteriormente, ya en el siglo XX, Heiddegger introducirá nuevas ideas y conceptos acerca de la hermenéutica al dejar de considerarla únicamente como un modo de comprensión del espíritu de otras épocas y pensarla como el modo fundamental de situarse el ser humano en el mundo: existir es comprender.
Desde entonces la hermenéutica se convierte en una filosofía que identifica la verdad con una interpretación históricamente situada (Gadamer). La hermenéutica es considerada la escuela de pensamiento opuesta al positivismo.
Fuente: Teoría del conocimiento de la facultad de contaduría y administración, UNAM.