La filosofía de la ciencia

Uno de los rasgos distintivos de la ciencia moderna, especialmente la que se ha desarrollado a partir del siglo XVII, es su carácter experimental. Esto significa en las ciencias tratan de dar cuenta de los hechos.

En las llamadas ciencias empíricas o factuales, se realizan constantemente observaciones cuidadosas y sistemáticas y se producen eventos que son reproducibles en condiciones controladas.

En ninguna corriente de la filosofía de la ciencia se ha puesto en duda que la ciencia depende, de manera fundamental, de la experiencia debidamente controlada y de la observación sistemática, tanto para el planteamiento de los problemas como para la formulación y contrastación de hipótesis y teorías.

El rasgo característico de la filosofía de la ciencia es su carácter empírico, es decir, producto de la experiencia sensible (de los sentidos); esta connotación otorga a la observación una cualidad determinante en la comprensión de esta corriente filosófica, cuyos orígenes se remontan al inglés David Hume, el padre del empirismo.

Los filósofos de la ciencia agrupados en el movimiento conocido como positivismo lógico, y que posteriormente, al variar algunas de sus tesis centrales y más radicales, se conocieron como empiristas lógicos, plantearon muchos de los problemas en torno al conocimiento y ofrecieron ejemplos de cómo formularlos y tratarlos con rigor y claridad.

Estos filósofos se basaron en una concepción empirista del conocimiento; consideraron que éste comienza con la experiencia, la cual es, a la vez, la piedra de toque para ponerlo a prueba y lograr así una justificación de nuestras pretensiones de saber.

En efecto, dieron por hecho que la experiencia, es incontrovertible y que el conocimiento de lo dado directamente en la experiencia sensorial es un conocimiento cierto; por esto, los términos que se refieren a entidades y a eventos directamente observables adquieren su significado de manera clara y no problemática, pero sobre todo de manera unívoca.

El filósofo Ambrosio Velasco señala lo siguiente:

Tradicionalmente, en el ámbito de la filosofía de la ciencia han predominado los estudios sobre las ciencias formales y las naturales. La presencia de este nuevo campo de estudio de la filosofía de la ciencia suscitó un problema fundamental que sigue vigente en nuestros días: ¿las teorías filosóficas de las ciencias naturales pueden aplicarse satisfactoriamente a las ciencias sociales o, por el contrario, las ciencias sociales tienen características diferentes a las propuestas por las teorías filosóficas de las ciencias naturales? En otras palabras, ¿es posible construir una sola teoría de las ciencias factuales [de hecho] que se apliquen tanto a las disciplinas naturales como a las disciplinas sociales?

La respuesta afirmativa a la pregunta anterior es la tesis monista (un solo modelo de cientificidad) de las posiciones epistemológicas denominadas “naturalistas”. En posición al monismo epistemológico de los naturalistas, surge a fines del siglo pasado una perspectiva filosófica que afirma diferencias fundamentales entre las ciencias naturales y las ciencias sociales e históricas.

En este siglo el naturalismo fue desarrollado primordialmente por el programa de “positivismo lógico”. Este programa centró su atención en las teorías físicas, analizando la estructura lógica de algunas de éstas, así como el lenguaje que las constituye.

Una de las principales propuestas de los filósofos de la ciencia fue centrar su atención a la unificación de las ciencias naturales y las ciencias sociales. El resultado de esta concepción fue la adecuación del método de las ciencias naturales a las ciencias sociales.

Fuente: Teoría del conocimiento de la facultad de contaduría y administración, UNAM.