La relación epistemológica
Esta relación es, evidentemente la más primaria. Se establece entre el sujeto del conocimiento y los objetos en general, de cuyos caracteres ontológicos y ónticos (del ser) logra el sujeto tener noticia justamente en y por esa relación. Ya en la unidad anterior, en la que se aborda el concepto de verdad, pretendimos establecer esta relación fundamental en el conocimiento, como el único mecanismo epistemológico (científico) para acercarse a la verdad; incluso no es posible pensar en cualquier tipo de conocimiento sin este vínculo: constituye su unidad ontológica (razón del ser). No fue necesario que surgiera la ciencia, como una modalidad especial del conocimiento, para que el hombre advirtiese que el simple darse cuenta de las cosas no es un saber cabal.
El conocimiento es discursivo porque las cosas mismas se relacionan unas con otras, dependen unas de otras, o surgen unas de otras y constituyen, en suma, un orden aparente subdividido en órdenes diversos o grupos especiales de objetos. [Este principio del discurso es la razón fundamental de la ciencia. Esta relación lógica es la que construye al discurso científico, cuyo componente intrínseco es eliminar las contradicciones, con el fin de estructurar una explicación verdadera]. Todo conocimiento es racional, incluso el mito, aunque esta razón no sea la razón lógica de la episteme. De esto derivamos que la racionalidad construye la comprensión del discurso: con ideas inconexas no es posible el entendimiento y no es posible la comunicación.
Para Stewart Richards, Aristóteles pretendía inventar un sistema que se aplicara al discurso hablado y escrito con la misma precisión rigurosa que había comprobado en la geometría. La lógica puede definirse más satisfactoriamente como la investigación de los principios del razonamiento correcto. El propósito de la lógica no es determinar la calidad de la evidencia ni tampoco la calidad de la conclusión, sino más bien la calidad de la relación que existe entre una conclusión y su evidencia. Con esto queremos decir que la lógica evalúa los argumentos, y puesto que los argumentos son un ingrediente indispensable de la ciencia, los científicos no pueden trabajar sin la lógica. Tomando la referencia de Nicol en torno al significado de la lógica, podemos decir que los fenómenos son quienes sustentan su existencia; la importancia de la relación lógica, que no es una cuestión menor, es la coherencia del discurso, la vigilancia cognitiva del argumento.
Razonamiento inductivo. Si estuviéramos al razonamiento deductivo, estaríamos gravemente impedidos. No podríamos llegar a ninguna conclusión concerniente a cuestiones de hecho que fueran “más allá del actual testimonio de nuestros sentidos o del registro de nuestra memoria”. La generalización (es decir, ir más allá de la evidencia) es esencial a la prosecución de los asuntos de la vida cotidiana. Todo el mundo hace inferencias por enumeración simple. La afirmación que acabamos de hacer es, ella misma, un ejemplo de tal modo de inferencia.
Las inferencias de este tipo pertenecen a una etapa muy temprana del pensamiento del hombre, sin una considerable acumulación de tales inferencias, la ciencia sería imposible. [Dentro del argumento científico existen afirmaciones que damos por ciertas, independientemente del sustento de su comprobación. Se trata de verdades evidentes que no necesitan un mayor proceso de indagación]. Los nombres de clase nos permiten abreviar y conectar; es la conexión de propiedades lo que es esencial no sólo al pensamiento científico sino también al ordenamiento de nuestra vida cotidiana. [Gracias a las inferencias inductivas, el posible comprender al mundo, y obtener una respuesta de él, como una forma de racionalizar la realidad y encontrarle una explicación de su composición].
son modos recurrentes de cambio. Las leyes causales son las leyes de estos modos recurrentes de cambio. El reconocimiento de que las clases de cosas se comportan característicamente nos conduce al descubrimiento de la causación y las condiciones.
Las contradicciones. Al discurso que analiza, la historia de las ideas le concede de ordinario un crédito de coherencia; procura encontrar, a un nivel más o menos profundo, un principio de cohesión que organiza el discurso y le restituye una unidad oculta. Esta ley de coherencia es una regla heurística, una obligación de procedimiento, casi una compulsión moral de la investigación.
No se trata de suponer que el discurso de los hombres se halla perpetuamente minado en su interior por la contradicción de sus deseos, de las influencias que han experimentado, o las condiciones en que viven; sino admitir que si hablan, y si, entre ellos, dialogan; es mucho más que superar esas contradicciones y encontrar el punto a partir del cual pueden ser dominadas. Pero esa misma coherencia es también el resultado de la investigación: define las unidades terminales que consuman el análisis; descubre la organización interna de un texto, la forma de desarrollo de una obra individual o el lugar de encuentro entre discursos diferentes. [Las contradicciones se superan con el discurso, y como tal el proceso de investigación incluye construir la coherencia a partir del análisis; en este sentido, la contradicción es un elemento primordial para fundamentar mejor el conocimiento científico]. El análisis debe suprimir la contradicción.
Se puede, analizando la verdad de las proposiciones y las relaciones que las unen, definir un campo de no contradicción lógica. La idea es mostrar que las contradicciones inmediatamente visibles no son nada más que una reflejo de superficie, y que hay que reducir a un foco único ese juego de centelleos dispersos. La contradicción es la ilusión de la unidad que se esconde o que está escondida: no tiene su lugar sino en el desfase entre la conciencia y el inconsciente, el pensamiento y el texto, la idealidad y el cuerpo contingente de la expresión.
La contradicción funciona entonces, al hilo del discurso, como el principio de su historicidad. La historia de las ideas reconoce, pues, dos niveles de contradicciones: el de las apariencias, que se resuelve en la unidad profunda del discurso, y el de los fundamentos, que da lugar al discurso mismo.
Analizar el discurso es hacer desaparecer y reaparecer las contradicciones; es mostrar el juego que en él llevan a cabo; es manifestar cómo puede expresarlas, darles cuerpo, o prestarles una fugitiva apariencia. [El análisis permite avanzar en la claridad del discurso y las ideas].
Todo conocimiento es racional, incluso el mito, aunque esta razón no sea la razón lógica de la episteme (ciencia). Pero esa ausencia de vigilancia crítica en la razón es la que distingue el conocimiento precientífico del científico, el pensamiento en el mito y en la doxa (opinión) vulgar, del pensamiento metódico en la rigurosa episteme. Toda la diferencia está en el método. [Podemos interpretar el método en este sentido como la vigilancia ética para descubrir la verdad].
Aunque llegue a ser coherente, la doxa no traduce la coherencia objetiva de las cosas. Con su opinión el sujeto marca la diferencia que lo separa de los demás. Así, el querer “tener razón”, [desde la propia subjetividad del individuo], que es la actitud característica del que opina, es lo contrario del “dar razón”, [sobre el objeto], en el cual no son las propias convicciones las que imponen a los demás, sino las realidades las que imponen a las convicciones.
La inteligencia de donde surge la doxa no es todavía plenamente racional, y ha perdido en cambio la fuerza vinculatoria del mito. [La opinión es del individuo y el mito es comunitario]. La ciencia viene a ser entonces una nueva forma de vinculación humana, la institución de una comunidad de pensamiento fundada en la razón. Con el mito se ha superado la comunidad subjetiva, mística de la mitología. En su lugar aparece la subjetividad de la doxa individual. Con los primeros atisbos de un pensamiento crítico o reflexivo, la uniformidad se pierde en la anarquía. La ciencia intenta restablecer la comunidad y la uniformidad del pensamiento cambiando el punto de apoyo: fundándola por primera vez en el objeto: sólo en el objeto, y no en el sujeto. La objetividad no consiste sino en la subordinación de la subjetividad. [El conocimiento científico tiene su fundamento en el objeto (o la realidad) que se expresa mediante el sujeto; de esta manera, no hay conocimiento sin la relación de lo subjetivo y lo objetivo, esto es, del sujeto con el objeto y viceversa].
Fuente: Teoría del conocimiento de la facultad de contaduría y administración, UNAM.