Lectura del signo visual en la semiótica
La imagen constituye un fenómeno de transmisión y recepción de conocimiento que responde a una forma de pensamiento autónomo.
A lo largo de la historia, la imagen ha desempeñado una función de transmisión de conocimiento desde un plano cognoscitivo.
A medida que sus modalidades expresivas proliferan (desde la imagen fija hasta la secuencial en movimiento) la complejidad en la comprensión de sus mensajes aumenta y a medida que su presencia es mayor, la necesidad de interpretar sus significados reales aumenta también.
Conocer su lenguaje (gramática y sintaxis), desentrañar sus significados, estudiar sus mensajes explícitos y ocultos, es cada día una necesidad mayor para determinar su mejor lectura.
Las imágenes nos hablan de las cosas representadas (sometidas a una compleja estructura iconográfica no siempre evidente y fácil de interpretar y entender).
La información visual plasmada responde a la capacidad humana de estructurar el pensamiento en forma codificada por conceptos desarrollados con las funciones perceptivas y cognoscitivas que le caracterizan.
Los procesos para desarrollar conceptos gráficos y plasmarlos de una forma gráfica (repetible, codificable, distribuible, perdurable) se ejecutan desde una serie de funciones complejas que están cargadas de características que provienen de la forma concreta en que las personas que las realizan viven y piensan.
Este interesante contenido gráfico es poco evidente a primera vista ya que cada observador verá cualquier imagen partiendo de su propia codificación aprendida durante su particular desarrollo como persona perteneciente a un colectivo y momento concreto.
Existe una capacidad de representación que es común a todo hombre, independientemente del tiempo y sociedad en que viva.
Esta capacidad le sirve como base desde la que construir su clave específica de formación de imágenes gráficas a plasmar, quedando modificadas aquellas que le son propias a su condición de ser humano.
Esta transformación se opera en función de las condiciones que le son propias al vivir un momento concreto y en un tiempo específico.
Para desentrañar una información gráfica es necesario, además del entendimiento del terreno perceptivo que es común a todo ser humano, interpretar correctamente su contenido por medio del conocimiento de aquellas claves concretas con que el productor de la imagen la construyó.
Todo esto es posible hacerlo si entendemos bien aquellas características precisas del proceso perceptivo y del proceso particular en que se realiza una imagen.
Además, habrán de tenerse en cuenta aquellas características gráficas que resultan de la capacidad creativa del individuo concreto que produce la imagen.
Por lo general las imágenes se construyen desde una sintaxis que viene determinada por un momento histórico-temporal concreto y un área social y geográfica particular, desde los cuales se establece un estilo y sintaxis común, donde la participación del individuo suele ser meramente causal.
La simple consideración que la imagen «vale más que mil palabras» y que ilustra en sí misma. Esta noción, persistente en la actitud general respecto a la fotografía por ejemplo, es total y absolutamente falsa.
Cada imagen vale por mil distintas combinaciones de mil distintas palabras, por lo que el axioma de que equivalen por mil palabras es una reacción simple y carente de fundamento determinador.
No porque puedan haber mil palabras sustituidas por una imagen fotográfica se puede decir que sólo esas palabras son las sustituidas.
Según muchos factores esas palabras pueden ser unas u otras, con lo que de hecho ocurre todo lo contrario a lo que quiere decirnos el famoso axioma, la imagen fotográfica no determina una equivalencia con mil palabras sino que determina una ambigüedad por ser tantas las combinaciones de palabras que pudiera sustituir.
Fuente: Apuntes de Semiótica de la U de Londres