Pruebas de la evolución
La teoría de la evolución, según la cual todos los organismos han evolucionado a partir de un tipo ancestral común más sencillo, se basa en pruebas morfológicas, paleontológicas, embriológicas bioquímicas y de otros campos de investigación. Así como la macroevolución explicaría la formación de los grupos de rango superior a causa de macromutaciones ocurridas en tiempos geológicos, la microevolución, responsable de la formación de razas y especies.
Se ha podido observar en muchas ocasiones, por ejemplo en ciertos insectos que se han vuelto resistentes a determinados insecticidas.
Las pruebas paleontológicas ayudan a comprender ambos fenómenos en un gran número de casos en los que es posible identificar a los ancestros putativos de las formas vivientes entre los organismos fósiles.
Y también las pruebas biogeográficas, puesto que las áreas biogeográficamente aisladas tienden a estar habitadas por organismos ecológicamente similares pero de origen taxonómico diverso, lo que indica que cada grupo representa una radiación adaptativa independiente.
Los caracteres adaptativos son modificaciones de caracteres constitucionales como consecuencia de la adaptación a un determinado tipo de vida; sólo estos últimos caracterizan un plan de organización básico y común para todos los organismos que descienden de un mismo ancestro.
De aquí que, al atribuir relaciones evolutivas, solamente son válidas las semejanzas basadas en los órganos homólogos, es decir que poseen el mismo tipo de organización debido a que tienen el mismo origen; los órganos análogos, en cambio, desempeñan la misma función, pero tienen origen diferente.
La embriología proporciona pruebas evidentes de la evolución que quedan expresadas en la ley fundamental de la biogenética, según la cual el desarrollo de un ser vivo es la recapitulación de su historia evolutiva, historia que a veces queda también patente en los órganos vestigiales que poseen la mayoría de los organismos superiores.
Estos órganos vestigiales, inútiles y degenerados, suelen ser restos de órganos que fueron funcionales en algún antepasado.
Las pruebas inmunológicas de la evolución se basan en la especificidad de las proteínas, que es tanto menor cuanto mayor es el parentesco filogenético.
Por otra parte, las semejanzas estructurales de los ácidos nucleicos existentes en todos los seres vivos constituyen una de las pruebas bioquímicas más contundentes del origen común de todos los organismos.