Sensibilidad
La sensibilidad de los seres vivos se manifiesta por su capacidad para reaccionar frente a estímulos físicos o químicos externos o procedentes del interior del propio organismo. En los organismos unicelulares que viven fijos y en las células no libres de los seres pluricelulares la sensibilidad se manifiesta mediante movimientos de algunas de sus partes (movimientos endocelulares, contráctiles, pulsátiles, etc.).
En las formas libres unicelulares y las células libres de los organismos pluricelulares la sensibilidad se manifiesta, además, por movimientos que producen desplazamiento, como los movimientos ameboides y vibrátiles. Las plantas manifiestan su sensibilidad mediante reacciones rápidas a ciertos estímulos o por reacciones de crecimiento.
El plegamiento de las hojas, por ejemplo, es una reacción provocada por impulsos eléctricos transmitidos a un grupo de células especializadas (pulvíno) que experimentan una repentina pérdida de turgencia, mientras que las reacciones de crecimiento o tropismos son el resultado de la acción de la hormona auxina, que estimula el crecimiento.
La sensibilidad de las plantas a la duración del día se manifiesta por los fenómenos de fotoperiodicidad. No obstante, en los seres unicelulares y las plantas la gama y los tipos de respuestas a los estímulos son muy limitados y estereotipados; para que sean posibles respuestas más complejas es necesario disponer -como ocurre en los animales- de un sistema nervioso más o menos complejo, que permite percibir estímulos, transmitirlos a distintas partes del cuerpo y dar respuestas.
Este sistema junto con el sistema hormonal o endocrino (también llamado humoral) en los niveles superiores de organización, sirve también para coordinar e integrar las funciones de las células, tejidos y sistemas de órganos, de manera que actúen armónicamente como un todo.