Sexualidad en la infancia
El estudio de la sexualidad suele provocar reacciones emotivas e irracionales que dificultan el enfoque objetivo de la misma. A menudo los descubrimientos que la ciencia sexológica consigue son ignorados en aras de unas creencias erróneas que algunas culturas se obstinan en mantener. Probablemente en el campo de la sexualidad infantil es donde más evidentes resultan estas actitudes.
Como ya se ha expuesto anteriormente sobre la diferenciación sexual, después del nacimiento el responsable de la identificación sexual es básicamente el ambiente. Van a ser los adultos los que marcarán al bebé las pautas de conducta sexual y también todo el sistema de valores sexuales propios de la cultura de la que forman parte.
Ello equivale a decir que el niño será víctima de los prejuicios que puedan imperar en un ambiente determinado.
Cientos de ejemplos podrían ilustrar esta afirmación. Baste con exponer la reacción tan contradictoria que pueden provocar en los adultos los primeros balbuceos comportamentales: las conductas poco masculinas en el niño asustan en gran manera a los padres por el riesgo que pueden suponer para el día de mañana; en cambio, si la niña se muestra poco femenina, los que la rodean no sólo no se lamentan sino que incluso es posible que se alegren por considerarlo como una señal de inteligencia.
La sexualidad, a diferencia de la capacidad reproductora, dura mientras vive el individuo. Es decir, empieza en la época embrionaria y acaba con la muerte. Lo más probable es que, en la vida intrauterina, el feto ya experimente sensaciones de tipo sexual, si bien éste es un hecho imposible de ser demostrado experimentalmente.
También resulta difícil saber cuándo empiezan las sensaciones sexuales en el recién nacido, pero, en este caso, al menos es posible observar que es lo que hace. Así, uno de los hechos que más llama la atención es la gran capacidad de erección que el niño posee desde el nacimiento y que se hace especialmente frecuente entre las 3 y las 20 semanas.
Nadie que haya tenido ocasión de observar la conducta de un niño puede dudar de que éste desarrolla todo un repertorio de actividades estrechamente relacionadas con la sexualidad. Desconocemos el significado exacto que él da a lo que esta haciendo, pero, en cualquier caso, es evidente que la infancia no es una época de sexualidad latente sino que ésta se manifiesta de una forma activa, a través de una serie de actos concretos.
La incapacidad de expresarse verbalmente durante los primeros meses de vida impide saber con certeza si las erecciones que presenta el recién nacido son algo más que un puro acto reflejo. Lo cierto es que algunas veces, coincidiendo con ellas, se observa una sonrisa en el bebé que bien podría ser la expresión de una sensación placentera. En la época de la lactancia aparecen las primeras muestras de interés por los órganos genitales.
También en este caso es difícil precisar si los niños se manosean el pene o la vulva por instinto de exploración o porque así obtienen algún tipo de placer. Autores como Kinsey afirman haber detectado en 9 niños y 4 niñas de menos de 1 año que habían experimentado el orgasmo. En el caso de los niños, se produce una erección del pene y se advierte una excitación progresiva, hasta quedar relajados y tranquilos.
En el caso de las niñas, se observa un enrojecimiento de la vulva y una lubricación vaginal, y son característicos los movimientos de vaivén que realiza para frotar sus genitales contra la mano, la almohada u otro objetor. Durante la lactancia también tiene lugar el contacto físico con el cuerpo de la madre que puede constituir asimismo una fuente de placer. Más tarde, cuando el niño o la niña alcanza más autonomía, muestra un interés por la anatomía propia y de los demás; intenta ver y tocar los genitales de sus compañeros de juegos y, en ocasiones, también de los adultos.
Asimismo suele exhibirse para que los otros puedan verle también a él. Los clásicos juegos de papas y mamas o los de médicos y enfermeras responden, sin duda, a este objetivo.
Asimismo, llevados por la curiosidad por todo lo sexual, suelen quedarse largos periodos de tiempo observando cómo copulan los perros callejeros o cómo lo hacen las moscas. El interés infantil por el sexo no se limita a las cuestiones anatómicas, sino que va mucho más allá y se pone de manifiesto en múltiples detalles como pueden ser las innumerables preguntas que plantean a los mayores (por lo general embarazosas para éstos) y en la búsqueda frecuente en el diccionario de aquellas palabras que ellos suponen interesante o significativas. Muy pronto, los niños aprenden que existen diferencias entre unos y otras; si un niño se viste con ropas de niña, se lo dicen o, más frecuentemente, se burlan de él.
Sin embargo, hasta los 6 o 7 años, los juegos suelen ser indiscriminados; a partir de estas edades aumenta la tendencia a juntarse con los miembros de su propio sexo, como si se produjera una toma de conciencia del rol sexual de cada género. Si se entiende por masturbación el hecho de manipular los genitales, es evidente que los niños inician esta actividad muy pronto.
Para el niño resulta mucho más fácil descubrir su pene y tal vez caer en la cuenta de que, al tocarlo, experimenta algún tipo de sensación agradable. La niña, en cambio, debido a la situación oculta del clítoris, suele tardar más tiempo en percatarse de que manoseándose puede obtener placer. No obstante tanto en un caso como en el otro, es prácticamente imposible saber a qué edades empiezan las connotaciones sexuales.
Con todo, existen algunos informes de adultos que dicen recordar haber tenido sensaciones de tipo sexual a partir de los 4 ó 5 años. La masturbación infantil, tal vez anunciando lo que será en la vida adulta ofrece importantes diferencias entre los dos sexos. El niño suele explicar a los compañeros sus experiencias masturbatorias entre ellos se animan a practicarlo o se dan consejos, compartiendo los respectivos hallazgos.
Con no poca frecuencia se masturban en grupo, a modo de competición, para comprobar cuál es el mejor. Paradójicamente, a estas edades, se considera campeón al que consigue eyacular más rápido. Las niñas, en cambio, si se masturban, lo hacen en solitario y raramente explican sus experiencias a las amigas.
Tal vez por este motivo, existen niñas, ya mayorcitas, que se masturban para relajarse o para conciliar el sueño, sin saber a ciencia cierta qué es lo que están haciendo. Se dice que, entre las niñas, el descubrimiento de la masturbación como una actividad sexual, a menudo es un hecho casual, fortuito. En su conjunto, los datos sobre la conducta sexual de los niños son difíciles de valorar por la falta de una información adecuada.
La sinceridad e ingenuidad con que los más pequeños actúan o incluso verbalizan sus experiencias desaparecen en cuanto advierten que «aquello» es sancionado por el adulto. Aun sin entender el motivo, intuyen que «aquello es lo malo». Por otro lado, el preguntar a los propios niños sobre sus comportamientos sexuales resulta inadmisible para algunos adultos que creen erróneamente que de esta forma se contribuye a despertarles la sexualidad demasiado pronto.
Por último, la información que se puede obtener interrogando al individuo, ya adulto, sobre su infancia puede resultar muy inexacta. Aunque se carezca de un conocimiento científico de la sexualidad infantil, es un hecho innegable que los niños muestran un interés por los temas sexuales. La forma como el ambiente responda a estas demandas repercutirá sin duda, en la idea de la sexualidad que el niño se vaya formando.