Sexualidad en la tercera edad
Desde el punto de vista demográfico, en las últimas décadas se viene asistiendo a un aumento muy notable de las personas de más de 65 años. La disminución de la tasa de nacimientos y los avances de la medicina figuran, sin duda, entre los factores responsables de este fenómeno de «envejecimiento» de la población. Si antaño había constituido un grupo de población relativamente olvidado, modernamente se ha convertido en un terna candente, que preocupa y se estudia cada vez más.
Incluso se ha acuñado el término «tercera edad» para evitar las connotaciones negativas que había tenido, desde siempre, la palabra «vejez». Aunque en todo tiempo se ha sabido que las personas de estas edades pueden seguir teniendo una vida sexual satisfactoria (prueba de ello es que todo el mundo ha conocido casos de parejas viejas que seguían «funcionando»), lo cierto es que ha prevalecido la idea de que la sexualidad es cosa de jóvenes y que desaparece o debería desaparecer con la edad.
Probablemente la causa de esta falacia deba buscarse una vez más, en la tradicional equiparación del sexo con la función reproductora. Resulta grotesco que, en las sociedades evolucionadas como se supone son las nuestras, sea preciso ahora reivindicar el derecho a la sexualidad de las personas viejas, cuando, en sociedades teóricamente menos evolucionadas, jamás ha dejado de ser una cosa normal, admitida y hasta esperada.
Los cambios fisiológicos normales al entrar en la tercera edad pueden repercutir en la actividad sexual, igual que en otras facetas de la vida del individuo, pero, en ningún caso justifican que la posibilidad de disfrutar de la sexualidad se haya acabado. En el caso de la mujer esta etapa de la vida viene precedida por un fenómeno biológico importante que tiene una duración variable y que se conoce con el nombre de menopausia o cese de la menstruación.
Los cambios hormonales que tienen lugar durante la menopausia ocasionan alteraciones a nivel de los órganos genitales, como son una atrofia de la mucosa vaginal y una disminución de la lubricación vaginal. Sin embargo, en las mujeres que anteriormente han tenido una vida sexual satisfactoria, tales cambios no suelen impedir que sus relaciones sigan siendo placenteras.
Todo parece indicar que, en el declive sexual de la mujer, intervienen más otros factores como puede ser el estado emocional, las relaciones con la pareja, las tensiones ambientales, o el estado de salud física. El hombre también acusa una serie de cambios en esta época que son debidos al descenso de los niveles de testosterona y que se conocen con el nombre de climaterio. Sin embargo, en el varón tales cambios son mucho más inespecíficos y acaecen con más lentitud.
De hecho, la producción de espermatozoides empieza a descender a partir de los 50 la años, pero puede persistir aun durante mucho tiempo, como lo demuestran algunos casos de paternidad a edades verdaderamente sorprendentes. Desde el punto de vista de la actividad sexual, la norma general es que haya una disminución del impulso y de la potencia que se traducen en una serie de hechos como son: necesidad de alargar la estimulación para obtener la erección; disminución en la intensidad de la eyaculación; menor urgencia eyaculatoria, lo cual puede resultar ventajoso ya que supondrá una eyaculación menos precoz; pérdida más rápida de la erección una vez ha tenido lugar la eyaculación; y, finalmente, alargamiento del período refractario, es decir del tiempo que debe transcurrir después de un orgasmo para que vuelva a producirse la excitación.
Sin embargo, aunque en términos generales las cosas son así, no se deben tomar estas afirmaciones al pie de la letra, ya que de todos son conocidos casos de hombres ya maduros con una actividad sexual comparable a la de un joven. Probablemente, además de los factores ya indicados para las mujeres, aquí juegue un papel decisivo la atracción que se sienta por la pareja.
En esta etapa de la vida el hecho de estar solo es más conflictivo, ya que, por diversos factores, básicamente culturales, será menos probable hallar un compañero sexual, incluso aquellos que tienen la suerte de encontrarlo puede que tengan que renunciar a el, por presiones sociales a veces personificadas en los propios hijos. El hecho de que las normas morales de la sociedad sancionen de forma distinta la actividad sexual si se trata de un hombre o de una mujer hacen que, para esta etapa la situación sea aún más difícil.
En igualdad de condiciones no cabe duda de que la obtención de un partenaire estará mejor vista en el caso del hombre. Y lo mismo cabe decir en lo que respecta a la edad del partenaire. La «conquista» de una chica joven por parte de un hombre maduro no sólo no escandaliza a nadie, sino que puede incluso ser motivo de admiración y envidia. En cambio, y en términos generales, los comentarios que suscita esta misma conducta en una mujer no son muy halagadores.
En resumen, el hecho de pertenecer a este grupo llamado «tercera edad» no comporta, en absoluto, una pérdida de la capacidad de goce sexual, si admitimos que el sexo es una de las diversas cosas que pueden aumentarla calidad de vida, lo que es preciso conseguir es un cambio en la mentalidad de la sociedad y entender, de una vez por todas, que la actividad sexual no se limita al coito sino que abarca toda una gama de posibilidades tan satisfactorias o mas que este.