Exámenes de desarrollo

En este tipo de prueba se valora la capacidad para relacionar ideas con orden y claridad, así como la aptitud para manejar de forma correcta los conceptos y terminología propios de una temática, una buena redacción y por supuesto haber tenido un aprendizaje general de la materia.

  • Es interesante desarrollar esquemáticamente la respuesta en una hoja en sucio, a partir de categorías clave y en forma de mapa de contenidos (conceptual, de procedimientos, de actitudes, de sentimientos, etc.) o de esquema organizado. Cuando se sienta que se tiene capturada la estructura de la respuesta, se estará bien dispuesto para su desarrollo. En esta estructura será conveniente distinguir diferentes categorías de epígrafes o párrafos—-que podrán venir datos por apuntes o textos, o haber sido conceptuados por el propio estudiante—-, cara a prever el desarrollo de la exposición.
  • Los comienzos son muy importantes. Por ello, es aconsejable incluso tenerlos preparados. Un buen modo de empezar es con un brevísimo índice comentado de tipo expositivo, relativo a las grandes partes de la exposición. O sea, con la presentación del andamiaje conceptual de aquello con lo que el lector se va a encontrar.
  • Ya en el desarrollo del cuerpo de la exposición, lo preferible es el esquema natural: es decir, comenzar con la primera idea principal, seguida de sus correspondientes cuestiones secundarias, las de detalle y, en su caso, de concreciones, casos o ejemplos.
  • Es importante comenzar a contestar, siempre que sea posible, por lo que mejor se sabe. Este argumento tiene una justificación perceptivo-emocional, contemplable desde dos sistemas de referencia: el estudiante y el profesor.
    • Desde el punto de vista del examinando, es positivo, porque esas primeras respuestas positivas constituyen el comienzo de un proceso temporal: la realización del examen. Así, el aprovechamiento de la inercia de empezar bien siempre será más estimulante y llevadero que si lo que ha de hacer es remontar de sus respuestas.
    • Desde la perspectiva del profesor ocurre algo similar, aplicable a pruebas de desarrollo de un tema o de preguntas largas o medias. En efecto, puesto que el proceso de corrección de exámenes también es un proceso temporal, la primera impresión condicionará las siguientes elaboraciones. Así, parece que algunas evidencias muestran que se tiende a favorecer un poco más en la calificación a aquellas pruebas que comienzan y terminan brillantemente que a aquellas otras que lo hacen errando.
  • Es positivo que en cada parte o epígrafe se empiece a exponer lo que mejor se sabe. Pero también lo es terminar argumentando contenidos que se conocen bien. No hay que olvidar, como ya apuntamos al tratar el olvido, que lo primero y lo último que se percibe suele ser aquello que mejor se recuerda. En esto, los profesores y los correctores no son una excepción. Lo que ocurre es que, en nuestro contexto, primero y último son conceptos relativos, y hacen alusión tanto a la totalidad del examen como a cada una de sus partes significativas.
  • Es importante que el ejercicio se lea con facilidad. Este se ve favorecido si no presenta muchos tachones o enmiendas, carece de faltas de ortografía, está bien encuadrado, tiene las páginas numeradas, etc. Pero el estudiante puede guiar o inducir subliminalmente su lectura. Para ello es positivo ofrecer apoyos al lector que le inviten a pensar que lo que tienen delante no es un caos. Pueden identificarse dos tipos de estas referencias:
    • Unas podemos llamarlas manifiestas, y son títulos de epígrafes, de partes o divisiones, acordes con el esquema o mapa de contenidos en que pudiéramos estructurar el desarrollo de la exposición.
    • Otras podríamos calificarlas de subliminales, y pueden romper la monotonía del proceso de evaluación docente. De hecho, casi se podría afirmar que pueden propiciar una mejor evaluación de nuestro examen. Estos puntos de apoyo se establecen destacando lo que se ha ampliado o aportado de más, por poco que sea, sin más complejos que la satisfacción de poder manifestarlo. Para ello puede subrayarse, escribirse con mayúsculas, expresarse con la letra más clara, recuadrarse o reflejarse con un formato distinto (un esquema, un mapa de contenidos, una tabla, etc.) de modo que destaque perceptivamente del resto del texto. Para justificar este modo de proceder sólo hay que relacionar dos hechos. Primero, que hemos podido trabajar en ampliar contenidos, consultar bibliografía o reflexionar con profundidad sobre unos determinados temas. Y segundo, que un profesor cansado de corregir los mismos tipos de exámenes tenderá a fijarse en lo más destacado. Desde estas premisas, podemos atraer la atención de su lectura hacia lo que más nos interesa a nosotros que se entienda. Este modo de proceder, en ningún caso es aético. Es parte de la técnica del examen.

Fuente: Entrenamiento en competencias para el estudio autorregulado a distancia de la UNED, licencia Creative Commons License 2.5.