Antecedentes históricos de la comercialización
Cuando los hombres llevaban al hogar la carne o los peces obtenidos, las mujeres los asaban sobre el fuego. Muy pronto, los niños regresaban de las orillas con los animales. Tal vez jugasen alrededor del fuego, y es posible que cantasen alguna canción.
Tenían tambores de arcilla cocida, cubiertos con pieles, para marcar el ritmo de la música. Y, como habían aprendido a hacer el arco con cuerdas, es posible que tuviesen algún tipo de instrumento parecido a la guitarra, para acompañar su canto.
Al anochecer, la gente continuaba trabajando a la luz del fuego. Los hombres daban los toques finales al pedernal de sus flechas, hachas y otros instrumentos. Las mujeres preparaban las pieles de los animales cazados, o hacían con ellas prendas de abrigo para el invierno.
Los hombres se ocupaban también de hacer sogas y redes de lino para la pesca, mientras las mujeres hilaban. Cuando se sentían cansados, cubrían el fuego con cenizas y se iban a dormir, no en camas, desde luego, pues no las tenían; sino tendidos sobre el suelo, envueltos en frazadas de piel. La jornada había sido igual que las anteriores y lo mismo que serían las siguientes…
Estos hombres y mujeres tenían muy pocas cosas que hacer y, sin embargo, trabajaban todo el día. El hombre actual puede trabajar veinte veces más que ellos, y tardar menos de la mitad, porque ahora hay muchas más cosas que hacer, pero también muchas maneras, mejores y más rápidas, de hacerlas. Ésta es una de las grandes diferencias entre aquellos hombres tan lejanos y nosotros.
Aquella gente no vivía ya «al día», como los Cro-Magnon. Trabajaban la tierra y producían alimentos suficientes para largos períodos. Almacenaban la comida en grandes jarras y canastos para consumirla en el invierno o en épocas de mal tiempo. Secaban los alimentos para que se conservasen mejor.
Se aseguraban de que los animales tuviesen comida suficiente, tanto en verano como en invierno, para, de ese modo, poder aprovechar su leche y, cuando conviniera, su carne.
Al parecer, estos hombres vivieron felices en sus grupos familiares y en paz con sus vecinos. Se ayudaban mutuamente, y respetaban, con estricto rigor, los tabúes de la tribu. Creían que, de quebrantar alguna ley, una calamidad afectaría a la tribu entera, razón por la cual el causante del quebrantamiento era cruelmente castigado si la tribu lo descubría.
Creían que con sacrificios podían propiciar a los poderosos espíritus rectores del mundo. A veces, en época de siembra, sacrificaban a la gran diosa de la fertilidad a un individuo de su propio grupo. Pensaban que de esa manera obtendrían mejores cosechas: uno sufría por todos.
Era un rito supersticioso y cruel, pero nadie sabía siquiera que fuese cruel, y no era mucho más supersticioso que la creencia, tan difundida aún hoy, según la cual ciertas cosechas deben ser plantadas en las noches de luna nueva.
Fuente: Apunte de la materia de Comercialización de la UNIDEG.