Consumo de alimentos
El patrón de consumo de alimentos de una comunidad está determinado, principalmente, por los niveles de ingreso y los hábitos en materia alimentaria; relacionados estos últimos con las características económicas, climatológicas y culturales de las distintas regiones, aunque en nuestro país los sectores de bajos ingresos tienen en común una pobreza extrema en su alimentación diaria.
Se ha comprobado que la ingestión de alimentos aumenta en cantidad y mejora en calidad, a medida que aumenta el nivel general de ingresos y mientras mayor es la disponibilidad local de comestibles o cuando el suministro de éstos desde otras regiones es más expedito.
Por ello, es importante que, en cuanto aumente el nivel de ingresos y mejore su distribución, cualquier proyecto específico destinado a elevar el estado nutricional de la población, sobre todo la rural, atienda no sólo a la producción de los articulas alimenticios,sino también a su distribución, tanto por medio del mercado, que es la forma tradicional utilizada como por medio de los canales institucionales, propios de una economía social solidaria.
En primera estancia es necesario respetar los hábit os locales de consumo, por lo que se propone enriquecer los alimentos que en la actualidad constituyen la dieta básica de la mayoría de la población mexicana, para incrementar, en un breve plazo, la ingestión de elementos nutritivos, pues la combinación maíz, fríjol y chile, a pesar de sus deficiencias, es muy difícil de superar a igualdad de costos.
En el caso específico de los alimentos industrializados se sugiere dar un mayor impulso a la comercialización de productos nuevos y enriquecidos, con marcas de la CONASUPO, pues, a medida que aumente la concurrencia de esos artículos en el mercado, la industria privada se preocupará mayormente por competir a base de calidad y precio, más que por una diferenciación visual y propagandística del producto, ya que hasta ahora la industria nacional alimentaria no ha sabido o no ha podido producir alimentos elaborados a precios que estén al alcance del campesinado y del sector urbano de bajos ingresos.
Para lograr una regulación adecuada de los precios comestibles, es absolutamente imprescindible la participación estatal, que garantice a la población el consumo mínimo de alimentos, tanto por razones de salud como por motivos de estabilidad social, para que el proceso de desarrollo se traduzca en un bienestar compartido
En lo que respecta a los artículos perecederos, se admite que la solución de fondo a los complejos problemas que presenta la comercialización de los mismos, sería el establecimiento de un sistema de centros de abasto, estratégicamente localizados en distintas ciudades del interior. del país, en donde los propios productores concentrarían sus artículos para la venta al mayoreo y medio mayoreo.
Esos centros de abasto serían propiedad del Estado para evitar el fortalecimiento del fuerte oligopolio existente y para desplazar sistemáticamente a los especuladores e intermediarios tradicionales, así como para restablecer el contacto directo entre los productores y los comerciantes finales.
Se está de acuerdo en que urge revisar, ampliar y mejorar los programas de distribución de raciones alimenticias suplementarias y complementarias, llevados a cabo por varias dependencias del Gobierno Federal, pues, en la forma como actualmente se suministran, constituyen sólo un alivio inmediato, parcial y transitorio, del grave problema de desnutrición que sufren los sectores a los que están dirigidos esos programas.
Es necesario que esta distribución no se haga con un sentido de caridad, sino de racionalidad en el uso y asignación de los recursos, ya que si se ha subsidiado el establecimiento de la infraestructura física del país ¿porqué no ha de mejorarse la infraestructura humana, que tiene como base la ingestión de alimentos, de acuerdo con el principio de que la alimentación básica debe ser un derecho social de toda la población?
La gravedad del problema nutricional requiere, para su correcta solución, de un enfoque global que abarque a todos los grupos de edad e incluya tres aspectos fundamentales: producción de alimentos básicos, distribución adecuada mediante los mecanismos del mercado y los institucionales y la educación para el consumo.
Por sus características, los alimentos que son la base de la dieta popular, sobre todo del sector campesino, son de difícil ingestión por parte de los niños de corta edad, por lo que es preciso modificar antes el estado físico de tales alimentos, lo cual requiere una actitud mental y una capacitación técnica que no existen en la actualidad.
Estas carencias dan por resultado que en las zonas rurales los peor alimentados sean los niños lactantes y preescolares, así como las mujeres embarazadas y en lactancia, debido a las restricciones alimentarias que por tradición se aplican en algunas regiones del país.
Por otra parte, se reconoce que los tabúes y prohibiciones de origen religioso no tienen gran influencia en la alimentación del pueblo mexicano.
Por esto, se ha considerado conveniente ampliar las campañas de orientación y divulgación encaminadas a subrayar lo fundamental que es una buena alimentación, para lograr el óptimo desarrollo de los niños y para proteger del riesgo de enfermedades y capacitar para una vida activa a todos los miembros de la familia.
Educación para el consumo. Se ha aceptado que este tipo de educación debe dirigirse en primer lugar a la madre, para que ésta adquiera los conocimientos indispensables sobre la importancia que tiene una dieta balanceada y para darle a conocer métodos de preparación y conservación de alimentos que le permitan aprovechar al máximo el presupuesto de que dispone.
En el programa de educación higiénica que ya imparten en las escuelas, debería darse mayor importancia a los temas relacionados con la nutrición, pues la instrucción es el primer baluarte en contra de una mala alimentación. Si a los niños se les dan suficientes conocimientos en esa materia, es de esperarse que adoptarán, en su vida adulta, hábitos alimentarios que les aseguren una correcta nutrición.
Una sociedad como la nuestra, que (como nivel de aspiraciones) ha adoptado un patrón de consumo propio de los países industrializados, aun cuando sea incongruente con su propia etapa de desarrollo, sufre graves deformaciones y desajustes en su aparato productivo, por lo que hay necesidad de reorientarlo con un sentido social más acorde con sus necesidades básicas y sus recursos propios.
Las campañas educativas en materia alimentaria, así como la distribución de raciones suplementarias, complementarias y de alimentos enriquecidos, son instrumentos adecuados para lograr que los hábitos de consumo de la población se adapten a los requisitos nutricionales.
Se ha reconocido que una ampliación de los servicios destinados a mejorar la nutrición del mexicano requiere una mayor proporción de los recursos disponibles, lo que debe considerarse como una inversión en infraestructura humana, similar a le inversión que durante muchos lustros se ha hecho en infraestructura física, pues es sabido que la nutrición determina en forma sustancial la calidad de los recursos humanos del país.
Como en toda inversión social sus efectos se difunden en un largo período de tiempo y, en el caso de la alimentación, tendrá benéficos efectos colaterales en el aprovechamiento de los sistemas de educación, salud y capacitación para el trabajo.
El financiamiento de esos programas no está fuera de las posibilidades económicas de México, si se transfieren y liberan recursos que ahora se destinan a cubrir necesidades menos apremiantes y si se movilizan las capacidades organizativas y productivas locales, para fines de consumo de cada región.
Es indudable que a medida que disminuya la desnutrición habrá un aumento de las capacidades físicas y mentales del mexicano, así como de su rendimiento productivo y creativo, por lo que, en general, habrá mayor bienestar, lo que en último término debe ser la meta del desarrollo económico y social.
Fuente: Apuntes de Producción Agroindustrial de la Unideg