¿De cuántas personas depende cada uno?
Las personas dependen las unas de las otras en muchos aspectos. En primer lugar, en las cosas que comen y en las prendas que visten, que son manejadas por mucha gente. Un niño que vive en Canadá y come naranjas que han crecido en México o en California, depende tanto del maquinista del tren o del barco que transportó las naranjas como de los granjeros que las cultivaron, de los peones que las arrancaron de los árboles y de las operarias que las empacaron. El número de personas necesarias para que un producto cualquiera llegue a su consumidor es muy elevado.
A su vez, para que se puedan enviar naranjas sin cesar, es necesario que el negocio sea lucrativo. Y así como el niño de Canadá depende de muchas personas para recibir su naranja, toda esa gente depende del niño de Canadá y de miles de personas más que las comen.
Antes de que naciera el sistema de trabajo conjunto, habría sido absurdo decir que los productores dependían de los consumidores. Cada familia producía casi todo lo que consumía, y el que deseaba comer y tener ropa debía ayudar a hacer cosas para comer y vestirse, como es todavía el caso de muchos pueblos en países aún no industrializados.
Sin embargo, apenas empezó a desarrollarse el sistema actual de trabajar en colaboración y la gente usó el dinero como un medio que permitía a un hombre cocer pan mientras otro confeccionaba zapatos, a un tercero arar y a otros hacer cosas, se puso de manifiesto que el sistema tenía que funcionar en ambos sentidos. Un panadero no podía conseguir dinero para comprar las cosas que necesitaba, a menos que la gente comprara su pan. Esto parece demasiado simple para que valga la pena explicarlo, pero hay muchas personas que no comprenden cuando se dice que un negocio debe beneficiar a ambas partes.
Lo mismo ocurre cuando el negocio se hace por intermedio del dinero. La persona que compra pan necesita el pan y la que se lo vende necesita con el mismo apremio las demás cosas que adquirirá con el dinero que recibe. El negocio que hace es tan importante para él como para el comprador. En otras palabras, todos los hombres son, a la vez, productores y consumidores.
Y lo mismo que se ha dicho de la interdependencia de las personas, puede decirse de la de las naciones. Día tras día, con tempestad o con sol, los barcos, trenes y camiones mueven el comercio del mundo.
A los que viven en tierra firme, en el interior del país, les cuesta, quizá, comprender que la prosperidad de su nación y su propio bienestar dependen de la capacidad de comerciar a través de los mares y de las fronteras. Si su país no pudiera permutar sus mercaderías por las de los demás, las fábricas tendrían que cerrar, millones de hombres se quedarían sin trabajo, y ellos se privarían de innumerables cosas de las cuales dependen en mayor o menor grado.
Toda la prosperidad de la nación decaería. Pero mientras los productos de todos los países puedan viajar por los grandes caminos del mundo, los hombres dispondrán de lo mejor que les ofrezca la humanidad y disfrutarán de las ventajas de la civilización.
Fuente: Apunte de la materia de Comercialización de la UNIDEG.