Relación agricultura-industria en el desarrollo nacional
Una creciente productividad agrícola, capaz de ofrecer un volumen de alimentos y de otros productos que exceda las necesidades del campesinado, es el sustento de la sociedad urbana y la base de la industrialización.
El modelo de desarrollo basado en una industrialización de tipo proteccionista, destinada a sustituir las importaciones que simplemente satisfacen la demanda efectiva, ha creado nuevas y más profundas formas de dependencia (de abastecimiento y de tecnología) y a la vez ha relegado al sector agrícola.
Ese atraso en el campo crea condiciones negativas para el desarrollo económico y social del país y ejerce presiones sobre la balanza de pagos, al tener que aumentar las importaciones destinadas a suplir la carencia de lo que el campo no es capaz de producir, en el marco de un mercado mundial con precios al alza y cada vez más controlado por intereses supra-nacionales.
Un modelo de desarrollo que diera más importancia a la producción de alimentos básicos tendría efectos favorables sobre la estructura agroindustrial del país, y proporcionaría un desarrollo más estable e independiente al abatir las presiones sobre los precios y sobre la balanza de pagos.
Parece inútil insistir en la conocida verdad de que el desarrollo agrícola no sólo es la clave para escapar a la peor y más peligrosa de las dependencias, la dependencia alimentaria sino que además es condición indispensable para el crecimiento de los otros sectores de la economía, máxime cuando se valoran los recursos naturales y humanos con que cuenta el país.
En última instancia, se trata de aumentar el bienes tarde la población, creando una estructura productiva interna capaz de mejorar significativamente los actuales patrones alimentarios de las clases populares. Este objetivo es parte del concepto de bienestar social que deseamos para México.
Tiene como marco de referencia la organización del trabajo, la capitalización y la modernización tecnológica, dentro y fuera del sector agropecuario, hasta llegar a un equilibrio campo-ciudad que beneficie a toda la población, la rural y la urbana.
De llevarse a cabo una política alimentaria y de desarrollo agropecuario como la antes esbozada, se lograría reducir en forma sustancial la brecha existente entre los niveles de vida rural y urbano; para lo que es indispensable, por supuesto, aplicar una planeación a nivel nacional y regional como instrumento de la política económica y social enunciada.
La dieta básica
Se sostiene que debe considerarse como dieta básica la que suministra todos los elementos nutritivos que requiere el ser humano para alcanzar su desarrollo óptimo y llevar una vida plenamente activa, y no aquella que sólo proporciona el mínimo de calorías necesarias para subsistir.
Es decir, la dieta básica debe contener proporciones adecuadas de carbohidratos, proteínas, lípidos, vitaminas, minerales y agua.
Los carbohidratos, proporcionados por los cereales en sus distintas variedades, han constituido la base alimentaria de todos los grupos humanos a través de la historia. Las proteínas de mejor calidad, las que contienen los aminoácidos esenciales, tradicionalmente se han obtenido de la carne de los animales, ya sea silvestres o domésticos, entre los que ocupa un lugar preponderante el ganado vacuno, aunque también figuran el porcino, el ovino, el caprino, las aves y el pescado.
Los lípidos se obtienen de las grasas vegetales o animales; las vitaminas y minerales se encuentran en casi todos los alimentos de origen natural y también pueden producirse en forma sintética.
Otra corriente de opinión propone que en la actual coyuntura debe considerarse como dieta básica el combinado maíz, fríjol y leche para los grupos vulnerables (infantes, madres embarazadas y lactantes), ya que la evidencia estadística disponible registra aumentos sustanciales en la producción de alimentos destinados a los grupos de elevados ingresos, mientras que se tiene evidencia directa de que en algunas regiones y comunidades indígenas se había deteriorado la dieta y acentuado el grado de desnutrición.
Los defensores de esta dieta básica consideraban que adoptaban una posición realista porque, además de una escasez relativa de los cereales, existe una fuerte competencia por los granos disponibles entre sus usos para el consumo humano directo y como alimento para el ganado y las aves de corral; competencia que merma aún más las disponibilidades para el consumo tradicional de los grupos marginados:
a.- El país está dividido en dos sectores principa les: el rico, que consume muchas proteínas animales, sobre todo carne de res, leche y huevo, y el pobre que consume maíz, fríjol, hierbas y, ocasionalmente, carne de cerdo y huevos
b.- El conflicto alimenticio entre producción para el consumo humano o para el consumo de animales se resolvería si se lograra encontrar nuevos métodos para producir alimentos para cerdos, bovinos y aves, utilizando elementos no aptos para el consumo humano, lo cual haría aumentar la disponibilidad de proteínas vegetales para los humanos, incluyendo las contenidas en los cereales.
La primera corriente de opinión sostiene que un plan nacional de alimentación no puede ni debe basarse en el combinado maíz, fríjol y leche para los grupos vulnerables sino en un cuadro básico de alimentos de amplio consumo popular, cuya producción debe fomentarse.
Además, propone que forme parte integrante del plan la distribución de la producción que corresponde a una demanda ampliada, mediante mecanismos de mercado e institucionales de modo de asegurar una alimentación adecuada, suficiente y económica para toda la población.
Respecto a los casos concretos de desnutrición de grupos marginados, se sugiere que deberían incluirse como casos urgentes de atención inmediata dentro de un plan nacional de alimentación.
El cuadro básico de alimentos quedó formado como sigue:
1. Granos (maíz, trigo, arroz y fríjol).
2. Carne y leche (vacunos).
3. Pollo y huevos.
4. Porcinos, ovinos y caprinos.
5. Pescado.
6. Oleaginosas.
7. Azúcares.
8. Verduras.
9. Tubérculos.
10. Frutas (especialmente plátanos y cítricos).
11. Agua potable.
Fuente: Apuntes de Producción Agroindustrial de la Unideg